12 septiembre 2005

Conversos

Discutible artículo de Laura Freixas en La Vanguardia de hoy. A ver qué os parece. El Caravaggio narra la conversión de Pablo
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LAURA FREIXAS - 12/09/2005
Este curso, algunos colegios públicos españoles estrenan nuevos profesores para nueva asignatura: Religión. Pero no la de toda la vida, la religión por antonomasia, la reli como la llamábamos a los quince años (nuestro profe de reli era un cura que se sentaba encima de la mesa, fumando, y nos hablaba de la masturbación; qué tiempos aquellos... Y pensar que no nos sorprendía demasiado, convencidas como estábamos, pobrecitas, de que la evolución progresista de la Iglesia era imparable...). No, los nuevos profesores de reli son 38 musulmanes y 120 evangelistas (con los judíos se está negociando). La semana pasada se entrevistaba a uno de ellos, Abdelmu´min Aya, que en su vida anterior se llamaba Vicente y había estudiado con los jesuitas. Pocas experiencias deben de haber en esta vida tan bestias como convertirse. A bote pronto, una recuerda, claro, a san Pablo cayendo del caballo, o la conversión de san Agustín, un proceso de años que tuvo como curiosa muletilla la plegaria del futuro santo suplicándole a Dios: "¡Hazme casto!... pero todavía no". Ola del escritor decadente Huysmans, cuyo principal escollo debía de ser también la castidad, a juzgar por ciertos detalles de su vida - llegó a romper un somier en un momento de frenesí amatorio-, y que era aficionado a los cultos satánicos, hasta que llegó a un callejón sin salida: "O la boca de la pistola, o los pies de la cruz", se dijo; y se retiró a un convento... O la del cardenal Newman, de quien un visitante adivina que está a punto de pasarse del anglicanismo al catolicismo por un indicio infalible: se cambia de ropa para cenar... O la de muchos amigos de André Gide, quien lo contemplaba con una irritación no del todo ajena a la envidia: a él, tan grandilocuente, nada le habría gustado más que una conversión apoteósica, pero, en vez de eso, se iba volviendo cada vez más racionalista y descreído... hasta que se convirtió, pero al comunismo. Muchas autobiografías del primer tercio del siglo XX relatan la conversión comunista de aristócratas o burgueses europeos: Arthur Koestler, Angélica Balabanova, Constancia de la Mora... Todas tienen su momento clave. Por ejemplo, De la Mora, nieta de Antonio Maura (y prima de Semprún), lo vio claro el día en que acompañó a su madre a hacer caridad a un pueblo: la caridad consistió en regalar a la iglesia un altar de cartón piedra, mientras por la misma época, los habitantes del pueblo en cuestión, analfabetos y muertos de hambre, perdían a la mayor parte de sus niños por una epidemia. Qué bonito debe de ser arrodillarse y creer en Dios, en Alá, en la Unión Soviética o en otra cosa. Los que nacimos en la segunda mitad del siglo XX no tuvimos esa suerte. Aún pillamos a los últimos intelectuales convertidos al comunismo: Roger Garaudy, Louis Althusser, cuyos libros leíamos con devoción; pero que luego se reconvirtieron: Garaudy, en musulmán (sic); Althusser, en asesino (estranguló a su señora)... Total, la única conversión que conocemos los de nuestra quinta (Abdelmu´min aparte) es la que nos ha convertido a casi todos en ex fumadores. Que no deja de tener algún paralelismo con la de san Agustín ( "quiero dejar de fumar... pero todavía no"), pero no es lo mismo, para qué nos vamos a engañar.